Peareekeetha Johnson

No sé que me pueda deparar el destino. No sé si algún día seré padre. Ojalá que sí porque son deseos que jamás saldrán de mí y que, de no cumplirse, marchitarían mi corazón. Pero lo que me atañe hoy no es mi deseo eterno de ser padre sino un deseo adicional que se ha hecho realidad: tener un fiel compañero canino.

Se cumplió parcialmente al casarme pues mi mujer trajo a su perro a vivir con nosotros. Un perro genial y el mejor perro del mundo por ser el primer perro con quien convivo diario. Sin embargo, fue después que se hizo realidad por completo cuando mi negrita llegó a casa. Llegó delgadita, pequeñita y con ojitos de lucero, brillantes y latosos. Nunca había visto perrita más linda porque entonces supe que sería mi primer perro, bueno, mi primera perra en realidad. Enseguida comenzó a hacer lo que todo buen cachorro hace: romper, morder, crear nuevos hoyos en telas que nunca los tuvieron y claro, orinar y defecar en donde todos vivimos. Lo que le enseñamos, bien lo aprende y todavía queda por aprender aún más.

De niño nunca tuve la oportunidad que un perro me recibiera al llegar de la escuela. Ahora, al llegar a casa, corre a recibirme y me hace cuantas fiestas le permite su interminable energía. Sus ojitos canelitos lo escudriñan todo, una bocina inalámbrica, un cortauñas (le dan pavor y fue mi culpa), un nuevo empaque que por el sonido puede que sea comida, una caja de algún envío, lo que sea. Su pequeña naricita se acerca para conocer nuevos olores y si le es posible, tira un certero y ágil lengüetazo a lo que esté frente a ella para ver si tiene un sabor agradable que robarle. Orejas que todo lo oyen, cola contenta que se menea y pega como condenado látigo de alegría, un trasero chistoso que espera que le nalguees de gusto y que se regodea al verte, patita que se levanta para ganarse un premio. A veces se comporta como un gato que se mete entre las piernas de su objeto-dueño que quiere que le acaricie. Parece un gato-perro que insiste en que dirijas tu atención a ella. Y te cela si le haces algún cariño al hermano perro adoptivo y quiere que le hagas todos los cariños a ella. No importa; con gusto se los hago. De repente, corre hacia la ventana y lloriquea si algún otro perro juega en el patio comunal. A veces, salta a la ventana del cuarto para llamar la atención del perro de la casa de junto. Otras, mientras está acostada junto a mí, ve fantasmas en un vacío donde nada existe y les llama con su mirada. Inquisitiva, metiche, amorosa, cálida, así es mi perra, mi primera perra.
Regañarla es todo un suplicio cómico pues esos pequeños ojos y una colita saltarina entre las patas te piden a gritos que el regaño pase rápido y una suave palabra la hace, arrepentida de su travesura, meter su hocico entre las piernas de quien le reprenda.

Al salir a la calle, todo lo huele, a todos quiere conocer, le gusta la gente. Si ve algún otro perrito, es una oportunidad de hacer un nuevo amigo y si se puede, al dueño también hacerle fiestas. Es una cánida amistosa que gusta de la gente y de cualquier bicho que está en su zona de alcance. Todo y todos son una oportunidad de jugar. Al regresar a casa, correr hasta que se detenga un poco a sonreír con la lengua de fuera. Todo un espectáculo que disfruto ver y que ella disfruta más al sentir las ganas de que el aire pegue en su cara con tal de alcanzar una pelota de tennis amarrada a una cuerda roja.
Cuando cae el manto oscuro, gusta de acurrucarse con nosotros. En algunas ocasiones, entre mis piernas duerme a gusto, aunque de madrugada se mueva más que un gran gusano con insomnio. Me he acostumbrado un tanto a sus patadas y a sus empujones para que le hagas lugar en medio del colchón. Perrita latosa.

No sé que pasará cuando sea tiempo de que se vaya pero parece ser que me dolerá. Sin embargo, mi fiel compañera, me sigue a todos lados por mientras. Me da el equivalente perruno a algo parecido al cariño, o mejor a la compañía que yo comparo al cariño. No sé si en su canino cerebro me quiera pero yo sé que amo a un perro hembra que está conmigo porque le alimento y le doy cobijo, pero tal vez, dentro de su instinto, algo le diga que debe lamer la mano de quien le cuida y eso, tal vez se asemeje un poco al amor.

Ver un par de ojos no humanos, que están conmigo por cierto gusto, es hermoso.

Dúrame todo lo que puedas, enana, porque cuando te vayas sólo podré pensar que en algún lugar me estarás esperando para caminar juntos otra vez y te prometo que cuando te vayas, no me despegaré de tí hasta verte en paz.

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